martes, 26 de mayo de 2015

La chica de los miercoles...


El día había sido agotador, mucho trabajo, mucho calor, pocas propinas y menos simpatía, pero por lo menos ya empezaba a oscurecer y la temperatura no era tan agobiante. Solo quedaba una pareja en la terraza que charlaban tranquilamente mientras tomaban un par de jarras de cervezas bien frías.

Estaba en la barra secando los vasos cuando me fije en que alguien más se había sentado en la terraza y no tarde en reconocer su silueta, como no, era miércoles y, pasadas las nueve, no faltaba a su cita. Era una chica de aspecto joven, pero mirada sabia, muy atractiva tanto por su carácter como por su físico, se le veía decidida, sincera, pero cercana.

Llevaba mucho tiempo observándola cada miércoles. Siempre la misma rutina, siempre sola, se sentaba siempre mirando hacía la calle, con calma se tomaba dos o tres jarras de cerveza, de vez en cuando miraba el móvil distraída, cuando se le acercaba algún chico con la intención de acompañarla, ella, de forma muy elegante y cortés, les hacía ver que no tenía ningún interés en ellos. Rara era la vez que alguno se ponía pesado pues, con un exquisito humor, sabía poner a la gente en su sitio.

Al rato, pedía la cuenta, dejaba algo de propina y, despidiendo un aura de sensualidad, se alejaba perdiéndose entre el bullicio madrileño. Nunca habíamos cruzado más palabras que las comunes entre un camarero y su cliente, pero ese día había decidido intentarlo y conocer un poco más a la enigmática chica de los miércoles.

-          Buenas noches señorita, ¿Qué va a tomar?
-        Buenas noches, una jarra de cerveza bien fría por favor.- Me dijo con una sonrisa que empezó en sus labios y acabo en sus ojos.

Me dirigí a la barra, saqué una jarra de cerveza del congelador y, antes de que la condensación la envolviera, abrí el grifo de cerveza inclinando la jarra en un movimiento que tenía más que automatizado. Dejé dos dedos de espesa crema de cerveza y, antes de salir de nuevo a la terraza, llene un plato con aceitunas y volví.

-          Aquí tiene, le he traído unas aceitunas.
-          Muchas gracias- De nuevo esa sonrisa-
-          Espero que no le moleste, pero, ¿Me puede decir su nombre?
-          Claro que no es molestia, pero tutéame por favor. Me llamo María.
-          Encantado, yo soy Miguel. ¿Eres de Madrid?
-      No, de más al norte ¿Y tú?
-          Yo soy de las pocas personas que han nacido y viven en Madrid, lo habitual es que la gente venga de fuera.
-          Pues si, a invadiros la capital.- Dijo con otra sonrisa que iluminó sus ojos.
-      Bueno, si las invasoras son todas como tú yo saco la bandera blanca rápido.
En ese momento el encargado me llamó desde dentro y, con una sonrisa complice, nos despedimos.  El resto de la jornada transcurrió como siempre, un par de broncas del jefe y todo el papeleo de la caja habían hecho que me olvidará de María, pero, cuando salía ya camino de mi casa me llamó.
-          Perdona, Miguel, ¿me puedes traer dos jarras más?
-          Ehm…. Bueno, yo ya me iba, pero ahora te las saco, pero… ¿dos?
-          Si, una para ti y otra para mi.- Y la sonrisa que esta vez se dibujó en su cara y se proyectó desde sus ojos tenía un cariz distinto que me hizo sonreír a mi también.
Entró de nuevo al bar y trajo las dos jarras y más aceitunas. La verdad es que era realmente guapo, moreno, ojos verdes, barba arreglada… Me había sorprendido que se lanzará a hablarme y, por eso, me decidí a sorprenderle yo también invitándole a esa cerveza. Estuvimos hablando durante dos jarras más, el alcohol nos desinhibió y la conversación fue elevando la temperatura, sus miradas, la libertad con la que hablaba de cualquier tema y sus labios dibujando cada palabra fueron poniéndome cada vez más. No quería que eso terminase en un simple calentón así que, una vez más, me lancé.
-          Miguel, he tenido un día horrible ¿Te parece si tomamos la ultima en mi casa?
Me regaló una sonrisa como respuesta, esa sonrisa que ya conectaba directamente con mi entrepierna… De camino a mi casa la conversación se volvió completamente sexual, nos tentábamos y retábamos con cada palabra que decíamos y con cada gesto, mirada y sonrisa. Llegamos al portal y, al entrar al ascensor, le rodeé el cuello con mis brazos y le besé.
Sus labios jugaron con los míos en un beso que era puro deseo y ganas, nuestras lenguas se acariciaban aumentando el ritmo de nuestras respiraciones. Sus manos acariciaron mi espalda bajando hasta mi culo agarrándolo con fuerza y apretándome a su, más que evidente erección. Mis manos acariciaban su pelo, su cara y su cuello.
Al entrar en mi casa le arrastré a la habitación donde entre torpes besos y caricias, nos desnudamos. Sus dientes jugaban con mi cuello mientras su mano acariciaba ya mi coñito, estaba muy mojado y caliente. Quería llevar yo la iniciativa así que, tras morder su cuello y su pecho me arrodillé frente a él, agarré con fuerza su polla y mirándole con mi mejor cara de puta me la tragué. Era grande, gorda y estaba muy dura y caliente, sentí como llenaba mi boca y como su sabor me invadía, un gemido salió de su garganta excitándome más todavía.

Mis labios la rodeaban y succionaban mientras con mi mano acariciaba sus huevos y le pajeaba.  Me encantaba sentir en mi entrepierna el placer que le estaba dando, me ponía muchísimo escuchar sus gemidos y sentir como su polla crecía dentro de mi boca. De pronto, sus manos agarraron mi cabeza y la giraron hacía el espejo de mi habitación, verme allí de rodillas frente a su erección hizo que me pusiera todavía más, pero antes de que pudiera decir nada me volvió a girar la cabeza y empezó a follarme la boca.
Sentí su polla entrando hasta mi garganta, una embestida, dos, tres y la mantuvo dentro de mí. Esperó hasta sentir mi arcada y la sacó haciéndome coger aire con fuerza, una lagrima cruzaba mi cara y un hilillo de saliva unía todavía mi boca a su polla.
-          Más…
Fue todo lo que pude decir antes de que volviese a follarme con fuerza la boca tirando de mi pelo, mis manos se agarraron a su culo con fuerza y le deje hacer. Estaba tan caliente que sentía mi humedad mojando mis muslos. Tras varías embestidas más me empujo poniéndome a 4 patas y, arrodillándose detrás de mí, sentí su lengua en mi coño mientras sus manos agarraban con fuerza mi culo abriéndolo. Mis gemidos tomaron el relevo a los suyos cuando su lengua me folló mientras sus dedos frotaban mi clítoris.
De pronto, sus dedos pasaron a follar mi coño y su lengua jugaba ahora con mi culo excitándome cada vez más, se giró de forma que estaba de rodillas a mi lado y, cuando fui a agarrar su polla me apartó la mano de un golpe y me dijo que no, que ahora le tocaba a él. Con dos dedos dentro de mi coñito me follaba a un ritmo cada vez más rápido, los gemidos se intercalaban ya con algún grito cuando un tercer dedo jugaba dentro de mi culo. Sentir como intentaba juntar sus dedos dentro de mi me estaba volviendo loca y, con un grito, arquee mi espalda sintiendo como un orgasmo explotaba en mi coño y recorría todas y cada una de mis terminaciones nerviosas.
El hecho de que me hubiese corrido no hizo más que ponerle más cachondo, ya que se sitúo detrás de mí y, agarrándome con fuerza de las caderas, clavó su polla en mi coño, estaba tan mojada que de un golpe entró con facilidad y comenzó un ritmo frenético de embestidas que hacían que me costase hasta mantener el equilibrio.
 
Su mano cruzó mi pecho y tiró de mí hacia atrás haciendo que me incorporase y, al abrir los ojos, pude ver el espectáculo de nuestros cuerpos follando como animales. No tardó mucho en llenarme con su corrida y, tras una ducha en la que disfrutamos de caricias más pausadas y cariñosas, se despidió dejándome medio dormida en la cama.
Al día siguiente, al despertar, no pude evitar sonreír al ver, en mi espejo, la marca de mi mano evidenciando el arranque de pasión del día anterior...

No hay comentarios:

Publicar un comentario